martes, 3 de noviembre de 2015

EL ÚNICO Y PARADÓJICO PARAÍSO QUE HE TENIDO EN MI VIDA(1)


(Telón de fondo:  República Dominicana. Barrio obrero de Cristo Rey. 1963. El primer gobierno democrático después de la dictadura de Trujillo sufre un golpe de Estado. El pueblo y militares constitucionalistas tratan de reponerlo. Se desata una guerra civil el 24 de abril. 1965).


Soldados del pueblo acompañando a su comandante, el coronel Francisco Alberto Caamaño, en una calle de Santo Domingo.
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En los diversos temas que he tratado en mi blog, de una u otra manera  he filtrado ciertos pasajes autobiográficos, ciertas experiencias propias en relación al tema tratado. Dos ejemplos, entre otros, son cuando escribí acerca de cine y rock dominicanos. Hicieron honor al lema o descripción del Blog que postulaba  eso de "con un toque autobiográfico". Empero, esto ha sido de forma ocasional.

El presente escrito es absolutamente autobiográfico. Es la rememoración de una nostalgia, de una melancolía guardada que hoy se concreta en este texto.

Acontece cuando se desata la guerra civil el 24 de abril de 1965. Cuando aún no había cumplido los diez años.

Pero aquí no voy a contar batallitas y epopeyas, hechos heroicos ni valentías. Y no digo que a esa edad no se pudiesen tener. Seguramente que muchos niños, en la pubertad o adolescencia, fueron protagonistas y contribuyeron de una u otra manera en esa gesta. Pero no es mi caso.

Se había desatado una guerra civil por el retorno a la constitucionalidad quebrada en 1963 por los militares y la oligarquía trujillistas mediante un golpe de estado contra el gobierno del presidente Juan Bosch.


Se había desatado una guerra civil que percibía cercana y lejana.

Cercana... porque en Cristo Rey, un barrio obrero, mis hermanos, amigos y yo pudimos observar desde la calle 39 los aviones sobrevolando la antena de Radio Televisión Dominicana. Luego supimos que había sido bombardeada.

Cercana... porque observábamos agujeros de balas que aparecían al amanecer impregnados en un cuarto a manera de despensa o almacén que teníamos en el patio.

Cercana... ya que sufríamos el ruido ensordecedor de los helicópteros militares pasando encima de nuestro hogar, tan bajos de altura que su sombra la percibíamos terriblemente cubriendo completamente nuestra casita como si fuera un águila enorme en busca de sus presas. Y luego...el éxodo, la partida hacia el campo. Nos convertimos en una suerte de refugiados.

Entonces... la guerra la sentimos lejana. 






Y esa escapada al campo era inminente por dos razones: 

Una, la dinámica de mis progenitores era la lucha por la subsistencia para sostenernos y cuidarnos. Mi madre  que aportaba a la casa como empleada del hogar en una residencia de burgueses en ciudad colonial, y organizando unos "sanes" con cierta frecuencia. Mi padre comerciante desplazándose en su güagüita por el extrarradio de la capital llevando sus productos a los colmados en una época en que éstos no poseían las camionetas que hoy tienen, con la que ellos mismos transportan directamente los productos del mercado y de los almacenes.


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(* "san" se llama en República Dominicana a una especie de cooperativa que suelen organizarse entre la gente del pueblo durante varios meses, 6, 8 ó 10 personas, en la que cada una va aportando una cuota fija y cada mes alguien recibe cierta cantidad considerable que le ayuda a resolver problemas. Tiene su origen en la cultura de la emigración afro-anglosajona (cocolos) que ellos llamaban Sociedad de Ayuda Mutua-SAM-).
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La segunda razón consistía en que ni mi madre ni mi padre se metían en política activa, supongo que desde que mi tío Milín desapareció en la era de Trujillo al parecer por "ponerse a hablar de política". Un día descubrí un pasquín del Movimiento Revolucionario 14 de Junio (1J4) que se guardaba como un si fuese un tesoro, muy discretamente (claro, discreto hasta que tuve acceso a él) en algún lugar de la casa. En el mismo estaba la fotografía del tío Milín junto con otras con un titular: "los últimos desaparecidos de Trujillo" o algo similar.

Protegernos era la dinámica de nuestros progenitores. Por eso la escapada al campo, al kilómetro 15 de la autopista Duarte, un sector rural que se llamaba  La Ciénaga. 

Por eso, entonces, la guerra se hizo lejana.

Mi mente recuerda hoy a esa gente de La Ciénaga como la más sana y buena del mundo, sin malicia, ni intereses pecuniarios.

Gente auténtica dispuesta a amontonarnos cocos, a juntarnos numerosos ramilletes de deliciosos limoncillos que bajaban de árboles paradisíacos, gigantes y exuberantes; traernos leche recién ordeñada  que nos parecía aún caliente del calor del cuerpo del animal; poder, y a veces "pelearnos" por, dormir con una chica carismática, ya adulta, pero muy joven, y a la que adorábamos con inocencia, sin perversidad, sin connotaciones sexuales.

 Y allí, poseer en el patio del recinto donde dormíamos un árbol de mango que cada mañana era como un maná, ya que encontrábamos la fruta como colocada, no caída, en el suelo, cual si fuera exclusivamente para nosotros. No era raro entonces nuestro interés en levantarnos pronto para ser recepcionistas de este privilegio. 

En fin, mi mente recuerda con extremo agrado a esa gente tan noble que dispuso la escuelita rural para nosotros alojarnos, y allí, en ella, sembrar los colchones que traíamos desde Cristo Rey en la güagüita o furgoneta de nuestro padre.



Y desde esa comunidad rural, de vez en cuando  la guerra trataba de llamar mi atención emitiendo su música de cañones y metrallas; se escuchaba su fanfarria en la lejanía pero nuestro corazón, nuestra mente y nuestros actos estaban ocupados por el edén de La Ciénaga: descubriendo cada rincón rural ayudados por los niños oriundos de allí que, además, nos enseñaron sus juegos y diversiones, más simples que las nuestras (pues éramos niños de barrio populoso de la ciudad), entre ellas deslizarnos en yaguaciles** en una larga rampa natural, cuyo curso estaba alfombrado con pencas*** de palma, con el objetivo de bajar con más sedosidad y rapidez.





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(**"yaguacil" en el español dominicano se le llama a ese receptáculo que guarda la flor y el fruto de las palmeras. Al abrirse tiene forma de canoa que es cuando los niños del campo y barrio obreros de la ciudad utilizan (¿? o utilizábamos) como juguete para desplazarse en una pendiente).



*** "penca" llaman los dominicanos a las grandes ramas de hojas con sus nervios de la palma real y la palmera de coco. También suele llamarse así a un racimo de plátano o guineo (banano)).
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Advino alguna tregua. Los combates amainaron. Al principio no percibo tan claro qué pasó. Ahora sé que fue en el momento en que los constitucionalistas ganaban la contienda en menos de una semana. El hecho es que volvimos a nuestra casita de Cristo Rey. Duró poco, hasta  el 28 de abril, fecha cuando llegaron los marines norteamericanos a defender a los reaccionarios y golpistas que trillaban ya el camino de la derrota. Y los combates se vuelven a desatar, pero ahora, además, en defensa de la soberanía nacional contra una invasión extranjera.

Y volvimos a instalar los colchones en la furgoneta...y otra vez vimos alejarse nuestra casita y nuestro barrio. 

Y de vuelta al paraíso.

 Sí, volvíamos al paraíso, pero hubo muchas cosas terribles que  al parecer no discerníamos tan terribles como ahora la percibimos con nuestra consciencia de adultos.

Tan terribles como ver un soldados hacer un conato de dispararnos con su arma mientras marchaba el vehículo por aquella esquina caliente que siempre fue la calle 41 con Ovando. 

Tan terrible  como encontrarnos en la Avenida Kennedy  con Churchill grupos de civiles apostados, armados con fusiles, bates y garrotes que nos detienen para luego  dejarnos pasar al constatar quienes venían en ese vehículo.

Tan terribles e increíbles como que en nuestra primera salida la abuela materna se empecinó tanto en quedarse, que tuvimos que dejarla sola en la casita de Cristo Rey.

 Tan terribles como luego ir a buscarla en el conocimiento de que la guerra recrudecía. Pero ya en la autopista Duarte un civil muy nervioso con su fusil nos ordena parar. Y se montó un rifirrafe: insistía en que le lleváramos a la zona constitucionalista a combatir; se le dijo que no cabía; insistía, tenía la intención de ir encima de la guagua si no había espacio, y nuestro padre: que cómo va a ser, que había niños, y al final se convenció porque dijo: "es verdad, hay muchos inocentes".

Tan terribles que mi abuela, luego de su empecinamiento en quedarse en Cristo Rey, cuando regresamos a buscarla estaba asustadísima porque justo esa noche habían abatido a alguien frente a nuestra casita.


Cosas tan terribles y tristes como cuando fuimos a inquirir acerca de la fecha en la que continuaría el año escolar y ver nuestro colegio, el Don Bosco(2) ocupado como base militar del ejército norteamericano, con sus alambradas, helicópteros y demás pertrechos: es que tenía un inmenso patio y estaba situado en una zona muy estratégica cerca del Palacio Presidencial Era tristísimo ver así el recinto escolar y ese gran patio en donde pocos días antes estuvimos pateando balones de fútbol, viendo cine, cazando avispas, formados en filas y cantando, bebiendo deliciosos mabís de bohuco  de indio(refresco autóctono dominicano), etc. (Años después el patio  fue considerablemente  recortado cuando el Estado dominicano apropió un área para prolongar la Avenida 27 de Febrero).







Sí... de vuelta al paraíso... pero la guerra... con sus corpúsculos distantes...con los ecos de sus rugidos... con sus terribles redobles de tambores  en la lejanía..., quería llamar mi atención... pero que, claro, en ese tiempo, nada, ni nadie podrían llamar jamás. Porque la guerra estaba por allá... y por acá... el único y paradójico paraíso que he tenido... y estaba viviéndolo.









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(1)Soy consciente que el título de este trabajo es redundante, pero me he permitido una licencia de esas que llaman poéticas porque en mi yo concebía así el ritmo de los sintagmas de tal titular.

(2) Que estuviésemos estudiando en este importante colegio siendo una familia de barrio pobre y obrero no carece de sus razones. Es el sacrificio que hacen los padres trabajadores ya que desconfían de las escuelas públicas y están convencidos de que recibirán una mejor educación en las de pago. No carecían de razones mis padres si observamos como hoy día los mismos profesores de estas escuelas no suelen inscribir a sus hijos en las mismas. Lo que es un mea culpa y dice mucho de los maestros si no confían en la educación que ellos mismos imparten.