sábado, 24 de octubre de 2015

DUARTE NECESITA UN GARCÍA MÁRQUEZ


(¿Por qué vinculo a Duarte (padre de la patria de la República Dominicana) con García Márquez si no fueron contemporáneos?)




Dibujos de Simón Bolívar realizados por el pintor José María Espinosa en tiempo de recrudecimiento de su enfermedad.


En muchas de las mitologías antiguas, la muerte es un largo viaje en una barca hasta el mundo de los muertos. La griega y egipcia son adecuados ejemplos.

El General en su Laberinto es la novela histórica que escribió Gabriel García Márquez para narrar los últimos meses de vida de Simón Bolívar desde que salió de Santa Fe, Bogotá, hasta Santa Marta,  Barranquilla, por el río Magdalena.

Esa travesía la hace cuando ya era casi un cadáver, físicamente, y asimismo,  un cadáver y una bancarrota políticos; cuando era acechado para asesinarle, cuando era rechazado y vociferado por donde cruzaba (le tiraban "bosta de vaca"). En fin, cuando acabaron su gloria y grandes hazañas.

Semejante a la mitología, García Márquez sitúa a Bolívar como si discurriera en la barca de Caronte hacia el reino de Hades. Está vivo, pero es igual, es como si fuera muerto porque su viaje ineludiblemente le lleva a su destino final y a morir. 

Y es que desde el principio de esta historia novelada, la muerte está presente con esa peculiar y hábil forma de empezar sus novelas y sorprendernos que tiene García Márquez: "José Palacio lo encontró flotando en las aguas de la bañera, desnudo y con los ojos abiertos, y creyó que se había ahogado. Sabía que ése era uno de sus muchos  modos de meditar, pero el estado de éxtasis en que yacía a la deriva parecía de alguien que ya no era de este mundo". (Obra citada. RBA Editores S.A Editores,1993, pag.9).

Al final de la lectura de El general en su laberinto nos queda la certeza indudable de que hemos sido testigo de la vida de un ser humano con sus manchas, manías y aspectos más oscuros, sin hacer una valoración moral. La historia no tiene que ver con moralidad, sino con el yo y sus circunstancias, recordando a José Ortega y Gasset, y los intereses de los sujetos.


¿Y qué hechos y circunstancias marcaron la práctica de este hombre fundamental en la historia de Latinoamérica? Un Bolívar con una mujer en todos los sitios por donde pasaba y convencido de que nunca haría una relación formal, de la que huía.  Un Bolívar que no quería saber de los médicos ni los curas y se burlaba de ciertas creencias supersticiosas. Un Bolívar "desengañado del poder y de guerras inútiles". Un Bolívar esclavista (porque en Venezuela no se abolió la esclavitud hasta 1830, a pesar de que hubo independencia muy temprana). Un Bolívar a quien le tiran excrementos, "bosta de vaca", narra Márquez. Un Bolívar que fusila a varios de sus mejores generales; que se hace dictador en Perú. Un Bolívar capaz de poseer una jovencita esclava virgen, y luego pagar 100 pesos a su dueño para que la deje libre, o ser protagonista de la siguiente escena después de dormir con otra joven: "-Te vas virgen, le dijo. Ella le contestó con una risa festiva: -Nadie es virgen después de una noche con Su Excelencia".(Ob. Cit. pag. 186)  Capaz de decir: "¡Qué cara nos ha costado esta mierda de independencia!" (ibid. pag 174)En fin, un Bolívar del que su mayordomo fiel es testigo de un detalle muy íntimo,  de las ventosidades putrefactas y fétidas que soltaba (vaya, hablamos de los pedos). Como ven, un Bolívar nada inmaculado.


Haciendo un ejercicio subjetivo, digo que a Hugo Chávez seguramente no le habrá hecho mucha gracia esta novela, porque es de los gobernantes que le gusta mitificar y manipular los personajes históricos, y prohijar el culto a la personalidad como ha hecho con Bolívar y con sí mismo.
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Una de las imágenes difundida por los bolivarianos de Venezuela en la Red no da lugar a dudas de la intención de equiparar a Hugo Chávez
con Simón Bolívar, casi una reencarnación que buscaba un excesivo culto a un muerto para fortalecer al vivo. Un capítulo
más de las manipulaciones que realizan las clases gobernantes para valorarse, sacralizarse  y hacerse incuestionables.
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Pero eso es una constante del poder, no importa el color ideológico, político o partidista de quien lo ostenta. Necesitan santificar la patria, sacralizar sus próceres para santificarse ellos  y hacerse incontestables como las verdades religiosas y así manipular a la gente. Y Juan Pablo Duarte ha llegado a ser eso, un ser etéreo, un santo, casi un ángel; sino, una especie de anacoreta. Esa es la imagen que trata de vendernos Joaquín Balaguer en El Cristo de la libertad, acaso la más importante y conocida obra histórica novelada escrita en República Dominicana acerca de Padre de la Patria dominicana, o también Vida de Juan Pablo Duarte de Pedro Troncoso Sánchez, "el novelón histórico" como  tildó a este libro J.I. Jimenes Grullón por los fantasiosos diálogos que a veces pone en boca de Duarte.

Pero lo que hace falta es alguien que  novele a nuestro "padre de la patria dominicana" con cierta normalidad como lo ha hecho Gabriel García Márquez con el Libertador Simón Bolívar. Y fíjense que Duarte tiene episodios de su vida dudosos y muy adecuado para ficcionalizar, novelar, planteando certezas, supuestos o hipótesis: estoy pensando en su desaparición por casi 20 años de la actividad política y su confinamiento en las selvas del Orinoco (de los que ya desglose en otro trabajo en mi blog: "¿Qué pasó con Duarte en Venezuela?") ; de sus vacilaciones en una lucha de clases inevitable; de un posible diario perdido que escribía y que, al parecer, utilizó Rosa Duarte en sus "Apuntes..." 

Estoy pensando en normalizar la vida, obra y actuaciones de este importante personaje dominicano, el más venerado en todos los tiempos. Normalizarlo quiere decir situarlo con sus debilidades y fallas, no negar que las tuvo, y situarlo perfectamente desde el ángulo ideológico y social en el que estaba. Cosa que, hay que decirlo, ni la izquierda ni los pensadores  marxista dominicanos han querido hacer (salvo contadas excepciones), manteniendo unos criterios semejantes a los que le sacralizan.


Habría que empezar diciendo que su situación en un sector de clase facilitó su capacitación en el extranjero, lo cual le impregnó  e inspiró de muchas ideas que se cocían en Europa y Estados Unidos. Fue un idealista. Fue el Padre de la patria aunque no su libertador. Aquí debo apoyarme en una taxonomía que hizo Tirso M. Ricart acerca de padres, apóstoles y libertadores. Por ejemplo el cura Miguel Hidalgo fue Padre de la patria, mientras que Iturbide fue el Libertador; en Venezuela, Miranda el padre de la patria y Bolívar el Libertador; en Cuba fueron respectivamente Céspedes y el dominicano Máximo Gómez (a José Martí se le considera el Apóstol de la patria). 


(Y uso el término "apóstol" aunque el mismo  me causa cierto rechazo porque remite a una terminología religiosa y a la sacralización, que es lo que queremos demoler con este trabajo, pero es aceptado en el diccionario de la RAE como propagador de cualquier tipo de doctrina, religiosa o no).





Juan Pablo Duarte y Diez, Padre de la Patria  de la
República Dominicana
Y en la República Dominicana  Juan Pablo Duarte se sitúa como padre de la patria y, pésenos o no, Pedro Santana se acerca a esa definición de Libertador:  consolidó la existencia de una nación independiente de Haití, claro que primero a fuerza de su poder económico, después con su control de los efectivos y estrategias militares,  aunque se pasó la vida negociando la anexión a potencias europeas, hasta que lo logró en 1861 con España.

 En este proceso desde 1844, Duarte ha de quedarse como un idealista que rechazaba la lucha de clase, mientras Santana tiraba pa' lante sin miramientos. Cuando Mella, Sánchez y otros trinitarios querían tensar los desafíos, pasaban a la acción política clasista y proclamaban a Duarte Presidente desde el Cibao, pero éste, en carta del mes de julio de 1844, prácticamente pide que se le exonere de esa responsabilidad; rechaza por excesivo prurito, por el supuesto de evitar un baño de sangre y una confrontación civil. Pero...¿Qué vino después?




Vino... que sin embargo a Santana y sus conmilitones no les importaba esa confrontación y se alzaron con todo. Pero esta tibieza no sólo  se evidencia en esa época sino también cuando Duarte es deportado, ya que prácticamente no hizo nada por evitar su apresamiento ordenado por Santana. Y esto lo digo porque mientras se conocía que en la capital de la República  los pronunciamientos, manifestaciones y preparación de las tropas santanistas  bullían  contra los trinitarios,  Duarte, desconociendo que el asunto era un problema de lucha de clase,  todavía ingenuamente creía que el diálogo podía regular el impasse que se vivía, por lo que, relajada la vigilancia, es apresado en Puerto Plata y llevado Santo Domingo; asimismo sucedió con un grupo de trinitarios  expulsados del país que  pasan a luchar en la clandestinidad,  refugiándose en Haití e islas antillanas adyacentes: Duarte, como ya sabemos, después de su deportación se pierde casi 20 años en Venezuela.


Foto de Francisco del luchador afro-dominicano
Francisco del R. Sánchez, de extracción humilde.
 Sánchez tiene  una personalidad de un arrojo sin igual, es un duartista militante como ninguno,  adora a su líder y está dispuesto a hacer lo que sea por él, por lo que es con quien "quería morir a su lado"( escribe Rosa Duarte en sus apuntes); es quien escribe manifiestos; quien se puso a la cabeza el 28 de febrero; quien recibió al patricio con gran  pasión a su retorno en 1844; quien nunca paró de luchar, hasta que enfrentándose contra la anexión a España Santana lo asesinó. Por esto es penoso como la desaparición e inoperancia de Duarte y otras circunstancias generen un vacío de liderazgo y determine que Sánchez ese  liderazgo lo traspase a otros caudillos como Báez y Santana. Cosa lamentable de los tiempos, circunstancias y la clase social  y en lo que no podemos extendernos ahora.


 (No es raro que un gran intelectual y educador dominicano, Américo Lugo, planteara en su día que Francisco del Rosario Sánchez era el verdadero padre de la patria, pero esto es tema para otra investigación. J.I. Jimenes Grullón, asimismo, ha planteado otras cosas en un trabajo que ha titulado "El mito de los padres de la patria").

Juan Pablo Duarte y Diez es oficialmente el padre de la Patria indiscutible porque estableció los fundamentos teóricos de esa patria liberal a la que aspiraba, pero su idealismo extremo que le hacía rehuir de la confrontación, no lo hacía competente para estar en la primera línea de una República Dominicana ingobernable, dominada por el caos permanente y las luchas grupales a las que, visto objetivamente, Duarte no estaba dispuesto a participar. 

Desde su visión, el diplomático norteamericano Sumner Welles en su conocida obra "La Viña de Naboth" acierta al decir que Duarte por "su carencia de ambición personal y su firme creencia en el valor intrínseco de sus compatriotas, le incapacitaba, tal vez, para ser el gobernante que aquellos tiempos exigían", "es posible asumir que le faltaba el don de dirección práctica requeridos en los largos años que habían de transcurrir antes de que un régimen de verdadera constitucionalidad llegara a ser un hecho realizado" (Sociedad Dominicana de Bibliófilos. 2006, pag. 77). Y hasta un apologista tradicionalista de Duarte como Pedro Troncoso Sánchez es capaz de admitirlo al decir que "para la pugna por el poder político no estaba hecho".


(Para no extenderme, recomiendo leer a Juan Isidro Jimenes Grullón (médico, ensayista, pensador dominicano) que en su obra La IDEOLOGÍA REVOLUCIONARIA DE JUAN PABLO DUARTE, nos aclara las características de la educación recibida por Duarte con muchos componentes religiosos-místicos, lo que aclararía un poco la forma de proceder de éste ante acontecimientos fuertes y ricos en confrontación directa; entre otras muchas cosas dice que "Duarte vivió y murió dominado por el espiritualismo").

De ahí que hay que ver a Duarte de otra manera. De ahí que buscamos a alguien que  haga la gran novela histórica de este personaje. Pero, claro, esto no es un imperativo, no es una obligación; en cambio, sí lo es pedir que los historiadores cumplan su papel; es decir narrar el pasado siendo fieles a las actitudes y formas de pensar de los protagonistas ilustres en un contexto determinado; que las investigaciones y los frutos de ellas no los reviertan y reinventen con falsedades u ocultamientos movidos por sentimentalismos o, lo peor, para prestarles un servicio al poder, porque no se hace historia para auto-complacernos en la imagen idealizada que tenemos de un personaje. Que mostrarlos como son y fueron no le resta valor a sus grandes gestas. Gabriel García Márquez así lo evidencia en El general en su laberinto.

 
Lo contrario sería traición del historiador a su disciplina.