-Primera Parte-
(LA ESTÉRIL DISCUSIÓN ACERCA DE SU ORIGEN)
El merengue constituye la modalidad musical más emblemática en la República Dominicana y el ritmo musical que todos decimos representa a la nación. (Pero hay que decir que hoy opacado por la bachata).
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Tanto es así que las clases gobernantes -que sobre arte lo único que sabe hacer el Estado es politizar e ideologizar en su beneficio- han inventado mitos de origen que lo establecen consustancial a la independencia política que constituyó la República Dominicana en 1844. De ahí surge el mito de "la batalla de talanquera", uno de los enfrentamientos en la guerra dominico-haitiana que establece que allí "apareció" y se bailó "merengue". Y es deplorable que en una publicación de 2010, promovida por el Ministerio de Cultura, se siga alimentando ese mito al decir que "nació en los primeros años de la República de 1844 a 1845 como modalidad de la danza"(1).
Es ridículo establecer una fecha tan específica como hace el folleto de marras, o que intelectuales y escritores probados, ya investidos de ministros claudiquen con el poder permitiendo estas barbaridades. Vana pretensión de establecer que como teníamos independencia y nacionalidad, una música y un ritmo nacional nació con ellas. Y es ridículo porque está documentado que la primera vez que se usó la palabra merengue fue 10 años después de la Independencia en una publicación de 1854 en el periódico El Oasis. Los fenómenos nunca parten de un grado cero.
Para quien escribe, como dominicano, sería de perlas enarbolar patriotismos, chauvinismo y orgullos castizos, afirmando que el merengue sea genuinamente dominicano. Pero no. La realidad es que se formaron y han existido merengues en toda las Antillas y países adyacentes del continente, en Puerto Rico, Cuba, Venezuela, Haití, Costa Rica, Colombia, Panamá. No por otra razón el título de este escrito usa la preposición de en el sentido de procedencia y/o posesión, como distinción de un merengue particular, el dominicano.
Aunque en República Dominicana nos creemos con esa exclusividad de origen, lo cierto es que el intercambio en el Caribe propició influencias, y no se puede olvidar que la isla española estuvo en varios periodos unificada, por lo que es absurdo creer que no hubo influjos mutuos entre la República de Haití y la República Dominicana. Dice el investigador haitiano Jean Fouchard que el presidente dominicano Ulises Heureaux-Lilís- (periodo1882/1899) se quedaba alelado de alegría "al oír tocar nuestros merengues"; que en un encuentro en 1890 con el presidente haitiano Hyppolite , en el agasajo pidió que le repitieran "Choucoune" del compositor Michel Mauléart Monton y que, por conservarse partitura desde aquella época podemos saber (más o menos) cómo sonaba. Hay muchas versiones, escuchen dos, una de Celia Cruz; la segunda tiene un aire más añejo y parecido al calypso, ritmo negro de las Antillas, por lo que podría preferirse para imaginar lo que escuchó "Lilís" :
Celia Cruz / Martha Jean-Claude & Sonora Matancera - Choucoune (©1952)
"Choucoune" by Michel Mauleart Monton
Pero claro, por los desencuentros entre las dos naciones, surgidos de episodios históricos y luego propiciados por las oligarquías que las han gobernado, se tiende a rechazar esas influencias. Como ha expresado uno de los más importantes folcloristas dominicano, Fradique Lizardo, "se han fabricado "clichés", "tabúes" y "monstruos sagrados" a los cuales nadie se atreve a acercarse con la sinceridad de la investigación seria, racional y metódica"(2). Pasa lo mismo con el Gagá o el Vudú, que tienen sus versiones dominicanas, pero se rechaza por sus procedencia haitiana, pero del primero hasta se ha encontrado una versión en Venezuela(3).
De todos los merengues, el de Haití y Dominicana han sido los más destacados. Pero...¿Cómo determinamos cuál de los dos ha sido el germen primero de su formación? Los dominicanos creemos que el nuestro, pero desde Haití también se arrogan esa exclusividad. Lo expone en un libro el exiliado investigador haitiano Jean Fouchard que escribió La méringue: danse nationale d' Haíti (El merengue: baile nacional de Haití) (4).
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("Al contrario de los historiadores dominicanos, la mayor parte de los escritores cubanos tales como Fernándo Ortiz, Alejo Carpentier y sobre todo Angeliers León se han dado a la tarea de demostrar la parte preponderante de la influencia negra, sobre todo de los negros haitianos, en la formación de la danza cubana").(5)_______________________________________________________________________________________________________________________________
Pero mientras el inconsciente del sujeto dominicano se regodea con esa creencia de exclusividad, lo cierto es que aún hoy no se tiene claro un origen de este ritmo caribeño. Así lo han expresado importantes investigadores del folclor dominicano, como el ya referido Fradique Lizardo. Igual lo plantearon en su época Emilio Rodríguez Demorizi, Edna Garrido y Flérida de Nolasco. Simplemente han hecho aproximaciones a tener en cuenta. Cada quien expone sus hipótesis, pero sin una teoría definitiva.
Es muy frecuente plantear orígenes y creer que esto es primordial para caracterizar un asunto: el origen del hombre, origen de las lenguas...; de un tirón se modela un Adán y una Eva con esa simpleza infantil, obviando la complejidad de la transformación de un primate a homínidos; o se crean lenguas como narra el mito de la torre de Babel, y en un tris, como si fuera una suerte de "big bang lingüístico", surgen todos los idiomas en una confusión intencionada del "creador", tal y como plantean las ideologías religiosas. Me excuso ante el lector si le parece que me alejo del tema: quiero demostrar que el discurso de un origen es un camino inútil, es un discurso teológico, metafísico, de nostalgia, no científico. Así que, para la cuestión del merengue, es mejor plantear un funcionamiento, una articulación gradual, una formación y estructuración paso a paso en diferentes épocas, con influencias mutuas de uno u otro lado y diferentes circunstancias. Los fenómenos, repito, nunca parten de un grado cero.
Por tanto sería más correcto decir que la forma de merengue dominicano ha sido la que más difusión y alcance nacional e internacional ha tenido, y es esto lo que ha determinado que predomine la confusión e idea de que la República Dominicana es el depositario exclusivo originario. Claro, esta amplia difusión se origina por determinados factores extra-musicales como fue el uso político que a partir de 1930 dio el dictador Rafael L.Trujillo a ese ritmo. Lo usó hasta la saturación como manera de elogiar su personalidad egocéntrica. Eso, y su estilización , determinó la aceptación del mismo en todas las esferas sociales para que hoy se considere el símbolo musical dominicano.
Posiblemente si al dictador le hubiese gustado la mangulina, el carabiné o la salve, uno de estos ritmos sería hoy baile y música ostentando el titulo de nacional, y no estuviesen relativamente arrinconados. Por lo tanto, hay que decirlo, esa preferencia de Trujillo propició su desarrollo y evolución posteriores, hasta el presente, para convertirse, eso sí podemos decir, en la vanguardia de todos los merengues.
Por lo expresado anteriormente el lector debe deducir que fue una modalidad musical marginada, repudiada y odiada por la oligarquía dominicana. Y lo mismo sucedía en Haití, que para despreciar las cosas del pueblo las clases gobernantes hacen causa común.
Fradique Lizardo, fecundo folclorista dominicano. |
Esta concurrencia entre los dos investigadores hace que los mismos lleguen al antecedente más cercano del merengue: Los dos hablan del ritmo de la tumba (como fruto del declive de la calenda y la chica) que predominaba en el siglo 19, mucho antes de la independencia política de los dominicanos en 1844. Era un baile de pareja con mucha influencia de la contradanza francesa. Obsérvese que la isla La Hispaniola estaba unificada en ese entonces con dos naciones en un mismo país y Estado. De ahí que no sea extraño que posteriormente, en los momentos cuando la tumba va siendo relegada por el merengue y éste comienza a funcionar en la sociedad dominicana, las élites se lamentaban que el nuevo ritmo (que tildaban de indecente, lascivo, erótico) estaba penetrando intensamente; entonces defendían la tumba porque veían en ella su elementos coreográficos europeos, ya que esa oligarquía siempre defendía el proteccionismo extranjero.
En varios periodos, intelectuales dominicanos de la clase altas, como Manuel de Jesús Galván y Ulises Francisco Espaillat, desataron en los periódicos campañas contra lo que se consideraba "merengue", propugnando por seguir el cultivo de bailes europeos , el vals, la polka y la misma tumba. Pero a pesar de los ingentes esfuerzos de rechazo, la forma de merengue dominicano y haitiano se impusieron, y la tumba se perdió en el tiempo. Fue la estudiosa del folkore, Edna Garrido quien recogió los vestigios de este ritmo en zonas rurales. En 1956 uno de sus alumnos, el más prolífico folclorista dominicano, Fradique Lizardo, volvió a recuperarlo, presentándolo en un evento con los alumnos de Bailes Folklóricos de Bellas Artes en 1956.
La influencia de ritmos y otros elementos europeos -y no sólo lo español- enriquecieron esta música. La forma de bailar el merengue clásico es parecida al pasodoble español, es decir con unos movimientos de piernas galopante. Y el paseo que hacen de inicio los grupos de bailes folclóricos es lo más parecido a como se mueven las parejas en un minuet o contradanza. Luego se ha ejecutado con la guitarra española llamada bandurria y el acordeón. Esa influencia no la negamos. No obstante debemos evitar caer en nostalgia indigenista como hicieron los escritores románticos dominicanos a final de siglo 19, o la tiranía trujillista para obviar la herencia africana. Es lo que hace Rafael Chaljub Mejía en un libro, al incluir el elemento indígena como componente en la conformación del merengue por "las maracas, probable herencia residual aborigen" (6). Si por instrumento fuese, si por esa regla nos rigiéramos, habría que incluir a Alemania porque de allí se introdujo el acordeón.
Y si esa herencia no la negamos, tampoco su influencia africana. Fradique Lizardo en sus investigaciones ha llegado lejos para establecer esto. Ha constatado que de África la tribu de los Bara, y en Angola, tienen un baile que se llama así. Que en idioma bantú la terminación "engue" significa movimiento, por lo que tienen una danza que llaman "muringue". De los baras encontró en el Museo del Hombre de París una tambora africana que se cuelga al cuello, golpeada con palito y mano igual que lo hacemos en Dominicana, por lo que el folklorista dominicano concluye que el merengue dominicano proviene de ellos.
En fin, que interacción e intercambio de uno y otro lado de la frontera ha sido el elemento que cristalizó el merengue de los dominicanos y el haitiano. Y así terminamos esta parte. La segunda tratará la evolución y la rápida e imparable transformación que ha tenido esta música desde 1920 en adelante. También como fue aceptando fusionarse con guaracha, jazz, rock, hip-hop...y oiremos muestras de prototipos de merengues.
(Mientras, les dejo para escuchar un enlace de uno de los más interesantes y fundamentales creadores del merengue: Ángel Viloria, como muestra de un merengue prototípico, con su estructura ya estabilizada y estilizada, características éstas que le llevaron a los salones de baile y a ser aceptado por todas las clases sociales: me refiero a "Siña Juanica", versionado a partir de 1970 por otros músicos destacados, entre ellos Rafael Solano).
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(1) CONSULTORIO FOLCLÓRICO DE LA REPÚBLICA DOMINICANA. Ministerio de Cultura. Dirección Nacional de Folclore. Redactado por Xiomarita Pérez. 2010.
(2) Palabras Preliminares en el libro El Gagá: Religión y Sociedad de un Culto Dominicano de June C. Rosenberg. Editora de la UASD. 1979.
(3) Planteada en el libro de la nota 2.
(4) Del que consulté la traducción del francés realizada por Diógenes Céspedes en el libro Estudios sobre Literatura, Cultura e Ideologías. Editora Taller. 1983. S.D. Rep. Dominicana.
(5) Ibid.
(6) Antes de que te Vayas. Trayectoria del Merengue Folclórico. Colección Centenario Grupo León Jiménez. Editora Amigos del Hogar. 2002. Páginas 59-60.